domingo, 11 de septiembre de 2016

La crítica de cine en Colombia

¿Crisis de la crítica o crisis de la sociedad?

Por Pedro Adrián Zuluaga

Pedro Adrián Zuluaga en sesión del 21 de Julio de 2016

Por su condición aparentemente parasitaria, la crítica de cine –y el ejercicio de la crítica en general– es un blanco de ataque demasiado fácil. Quienes la ejercemos, nos movemos indistintamente entre la excesiva autoindulgencia y el extremo autodesprecio, y hemos elaborado muy limitadas estrategias para dejar de ser carnada presta para el escarnio. “Ningún niño francés ha soñado nunca en convertirse en crítico de cine cuando sea mayor”, dijo alguna vez el ilustre François Truffaut. Chascarrillos y boutades por el estilo han alimentado la leyenda del crítico como un artista frustrado, cuyo trabajo consiste en vampirizar la obra del otro y vivir a sus expensas.

Lo que muy poco se intenta, porque la empresa es ambiciosa y requiere más que frases de cajón, es entender la crítica como parte de un sistema, de un campo cultural. Cuando ese campo –y utilizo aquí explícitamente la noción que nos enseñó Pierre Bourdieu– es sólido, lo es precisamente porque admite la discusión y el disenso, las diferencias de posición y la negociación de intereses. En una palabra, la crítica. Cuando es enclenque, lo caracteriza la estandarización y la uniformidad: la ausencia de crítica.

En el caso concreto de Colombia, cualquier lamento sobre el estado de la crítica cultural –y la crítica de cine– debería incluir un diagnóstico de lo que pasa con la cultura en el país, qué la atraviesa en este momento, cuál es su relación con la sociedad. Tal vez de ese examen resultarían unas cuantas constataciones incómodas: por ejemplo, que buena parte de la creación cultural ha sido cooptada, ya sea por el Estado y su capacidad de contratación, o ya por el mercado y sus promesas de éxito y notoriedad. También revelaría que el crítico no es una figura aislada en una torre de babel, sino alguien condicionado por las mismas fuerzas que constriñen al creador; peor aún, alguien obligado a participar desde adentro en el campo de la producción cultural –ya sea como curador, gestor cultural, periodista o cualquiera de las modalidades al uso–, un campo que, cuando asume la posición de crítico, está obligado a mirar artificialmente desde afuera.

Es pues elemental acusar a la crítica de debilidad, pero es harto más difícil emprender la evaluación de las condiciones para la creación artística y la producción cultural, que también determinan a los críticos. ¿Lo anterior es una prueba más del carácter parasitario de los críticos? No, quizá solamente es señal de una vinculación, no necesariamente jerárquica, entre creación y crítica.

Los años cincuenta en Colombia, sin ir muy lejos, vieron el florecimiento de un extraordinario grupo de artistas: Fernando Botero, Alejandro Obregón, Eduardo Ramírez Villamizar, Álvaro Cepeda Samudio, Gabriel García Márquez, Enrique Grau, entre otros. Y fueron años de una crítica atenta que encontraba en las obras de los artistas mencionados un permanente desafío a su inteligencia. Fue el tiempo de la revista Mito, del inicio del magisterio de Marta Traba, de críticos extranjeros como Casimiro Eiger y Walter Engel. Otro ejemplo fecundo pudiera ser la explosión del Grupo de Cali en los setenta, donde creación y crítica ejercían una misma fuerza renovadora. El Grupo de Cali produjo obras de gran densidad temática y, en algunas ocasiones, sofisticada elaboración formal, y una crítica que, en casos como el de Andrés Caicedo, todavía hoy resulta difícil de superar aunque los actuales críticos tengamos una gama infinitamente mayor de herramientas teóricas y un mejor acceso al archivo.

Pero, ¿qué demanda del crítico de cine la mayor parte de películas colombianas? ¿Producen alguna extrañeza o impelen a una tarea de exégesis? ¿Vale la pena invertir en ellas la energía crítica? Con frecuencia muchos directores del actual y nuevo cine colombiano afirman que hacen películas sin pretensiones, para erradicar cualquier sospecha de intelectualismo, o cualquier filiación con los estigmatizados temas de la violencia social y política. Algunos otros, aunque afirmen la pertinencia de un cine comprometido y socialmente relevante, están atrapados en una mirada tan simple que naufragan en la irrelevancia.

Pedro Adrián Zuluaga en sesión del 21 de Julio de 2016
El lugar de la crítica

La otra mirada al “problema” generalmente pasa por la árida tarea de criticar a los medios, lugares inevitables de exposición y legitimación de los críticos. En este caso las jeremiadas son las consabidas, y sirven para situar la responsabilidad por fuera del campo mismo de la cultura, en un cómodo lugar externo que desplaza el autoexamen. Los medios también son un blanco demasiado fácil. ¿Pero quiénes son los ciudadanos que les otorgan el poder que tienen? ¿Son los medios autogestionados –como blogs y páginas web– una alternativa real ante la estandarización de la información? ¿La influencia de un crítico pasa por la influencia del medio en el cual se expresa? ¿Es el crítico una figura intercambiable?

 Por supuesto que los medios están sacudidos por una extraordinaria redefinición. La autoridad de la que gozaban se evaporó en medio del furor de las nuevas tecnologías y su promesa de una información menos vertical y más participativa. Y lo que les pudiera quedar de credibilidad terminó casi por completo sacrificada en el altar del mercado, o de la banalidad y la autoindulgencia.

La crítica, en ese estado de cosas, no es que resulte incómoda como suelen mentirse algunos críticos desplazados u obligados al nomadismo; resulta sobre todo inane y banal en medio de un caudal de información con escasos grados de diferenciación. Con asombrosa negligencia, los grandes medios impresos de Colombia dejaron morir uno tras otro los suplementos especializados en cultura y los reemplazaron por magazines de variedades donde la crítica y el ensayo especulativo no tienen lugar, sólo el reportaje sensacionalista o la crónica colorida.

Tal y como lo expresó el columnista Nicolás Morales en una de sus columnas de opinión de la revista Arcadia –uno de los pocos medios en Colombia que todavía hace divulgación cultural–, el ensayo como género quedó sembrado en las revistas académicas pero reducido a la generación afirmativa de conocimiento, a la divulgación científica, a la asertividad con escaso horizonte crítico.

La reseña crítica, el género habitual en el que el crítico puede expresar sus opiniones, tiene notables constreñimientos de espacio, y aunque el crítico fuese un mago de la síntesis es difícil que vaya más allá de una opinión estandarizada. Los críticos que aún tienen cabida en los medios masivos viven en una permanente zozobra, pues el espacio del que disfrutan es ciertamente vergonzante y todos saben que pueden prescindir de ellos o reemplazarlos sin ningún traumatismo para el medio. La legitimidad, y esto es una respuesta parcial a la pregunta de unos párrafos atrás, la tiene el medio en que se publica, casi nunca el crítico; incluso los blogs con su apariencia independiente, tienen mayor visibilidad si están asociados a los medios tradicionales.

La disyuntiva entre pensamiento y entretenimiento hoy resulta insalvable en los medios y sobra decir quien se quedó con la mejor parte. Y, para volver al cine colombiano, está claro que una buena parte del gremio cinematográfico hace ingentes esfuerzos por alinearse en la orilla de la industria y el entretenimiento para complacer a un público masivamente infantilizado.

Pedro Adrián Zuluaga en sesión del 26 de Julio de 2016
Por una crítica estratégica

¿Es posible aún hoy una crítica que sea generadora de pensamiento y no parasitaria? ¿Existe la posibilidad estratégica del crítico como autor a pesar de la crisis de autoridad –autor y autoridad son nociones desde luego muy próximas–? Quizá sea oportuno esperar una estación de aguas más tranquilas. Dejar por ejemplo que las leyes que afectan al cine –la 814 de 2003 y la Ley Filmacion Colombia de 2012– se estabilicen, que el mentado boom del cine colombiano llegue a sus justas proporciones, que el negocio en el que se ha convertido la formación audiovisual viva su proceso de selección natural y, por último, que la sociedad colombiana avance hacia formas de convivencia muy distantes del pugnaz unanimismo de los dos gobiernos de Álvaro Uribe y de la polaridad que ha generado el posible acuerdo del fin de la guerra, en la era de Juan Manuel Santos. Pero todo eso casi que implicaría soñar con una realidad utópica y es mejor empeñarse en trasformar la realidad que tenemos. Es difícil que las condiciones cambien, pero es imposible si no empezamos por reinventarnos a nosotros mismos.


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