domingo, 26 de enero de 2014

Del realismo poético al documental animado Representaciones de la niñez en el cine colombiano (1998 - 2011)




Presentado por:
Oscar Romero Bonilla*
*Profesional en Medios Audiovisuales con énfasis en Producción y Dirección de Cine, diplomado en crítica cinematográfica (UNITEC) y Máster en Documental de la ECIB (Escuela de Cine de Barcelona), combina sus labores de docencia en audiovisual con las de periodismo cinematográfico para blogs universitarios como: revista multicultural La Moviola, el Gallo.digital y los programas de radio Kinoparlant (UPF.radio) y Cinema con Do. (Poliradio).  Trabaja actualmente y desde hace 5 años como guionista y realizador para el Colectivo Kinomacondo en Bogotá.





...Y es la libertad también de estar en el limbo, de no tener mucho pasado, no tener carga de nada, no tener papá, no tener nada... Esa cosa casi palpitante... como cuando uno coge un pajarito, cosa que a uno lo impresiona. Uno no es capaz de coger pájaros, no porque los pájaros lo vayan a picotear a uno sino porque no se sabe cómo controlar esa vitalidad, esa total cosa salvaje, agreste, del animal que no se deja tocar.
Víctor Gaviria[1]


En el agonizante siglo XX y el comienzo del XXI yacen nuevas formas de incursionar en el cine colombiano lejos de los desastrosos ensayos paternalistas de FOCINE [2] (Compañía de Fomento Cinematográfico) y a partir de 1997 con la creación del FDC (Fondo para el Desarrollo Cinematográfico) respaldado hasta hoy por la aprobación en 2003 de la Ley de Cine, estamos siendo testigos de una nueva forma de producir, pensar y vivir el cine de Colombia. Este ensayo es el resultado de indagar por las diferentes formas de representar la niñez en este escenario del cine colombiano, la fecha de partida es un punto de referencia en nuestra cinematografía con el estreno del largometraje La vendedora de Rosas (1998), un retrato desgarrador de la niñez que cuestionó al público nacional e impactó en el exterior, gracias a la selección de la cinta en el Festival de Cine de Cannes del mismo año. Desde este momento hasta la primera década del siglo XXI diversos autores del cine colombiano han tratado el tema de la niñez desde diferentes miradas, revisaré las películas: Los niños Invisibles (2001), Los Colores de la Montaña (2010) y terminaré este recorrido con la película animada Pequeñas Voces (2011).

Niños, Cine, Representación

Anota María José Bernuz en la introducción del libro dedicado al cine y los derechos de la niñez[3] que existen tres maneras de ver la relación niño-cine: la primera cuando el cine cuenta la vida y miseria de los niños en esa transformación a la tormentosa adolescencia, la segunda cuando el cine (igual que la literatura) no le importa tanto la vida de los niños cuando más su particular forma desprejuiciada y en apariencia inocente de ver el mundo y una tercera que a su vez aparece como una alternativa a las dos anteriores donde detrás de los niños personalizados se encuentran los niños reales que los representan, con sus propias historias que el cine difícilmente suele contar.

Tenemos que decir que si bien gran parte de las películas que trataremos se ubican en las dos primeras formas de relacionarse con la niñez de acuerdo a las categorías que propone la autora, sin duda la preocupación central de todas ellas está en visualizar, entender y dar voz en el cine para encontrar esa tercera alternativa que incorpora el propio relato de los niños en el discurso cinematográfico, es preciso decir también que pese a muchos esfuerzos del gobierno y ONGs el diagnóstico de los derechos fundamentales de la niñez en Colombia es bastante preocupante y en este contexto la marginalidad y vulnerabilidad son dos temas centrales en la representación de la niñez en el cine colombiano.

Un estudio reciente de María Torrado y Jaime Picacón para el Ministerio de Cultura y la dirección de Cinematografía[4] insiste sobre dos aspectos fundamentales de la niñez con relación a los medios audiovisuales a saber los conceptos de “nueva infancia” y “nuevas subjetividades” ambos términos indican que dentro del contexto socio-cultural colombiano emergen identidades y representaciones de la infancia concebidas como una construcción histórica y contextuada, la idea de una nueva infancia basada en la crisis de instituciones como la familia y la escuela, la caída de los secretos fundamentales de la infancia (muerte y sexualidad) y por último el surgimiento del niño-consumidor, estas particularidades de la niñez contemporánea se pueden rastrear en los relatos cinematográficos que proponemos para el análisis y la idea de una niñez inmersa en una crisis de valores sociales, que se muestra rebelde, inconforme y propositiva.


Un poeta, una Cruda Realidad.

La vendedora de rosas, Víctor Gaviria, 1998
Fuente: www.proimagenescolombia.com

Desde la opulenta ciudad de Medellín emerge un relato autentico de la niñez con la película La Vendedora de Rosas (1998) del director, humanista y poeta Víctor Gaviria, quien con aguda observación y extraordinario trabajo consigue una representación única, pertinente y honesta de esa niñez heredera de la violencia, secuela de los anti-valores del narcotráfico de finales de los años noventa. A 15 años de su estreno y la posterior divulgación en cadena de televisión nacional, es todavía un tema de impacto emocional, que exige asumir posiciones para enfrentarse a una realidad que nunca antes nos habían mostrado con tanta rigurosidad “...lo cierto es que cualquier lenguaje o medio de expresión se pone a prueba cuando se aproxima a los temas más candentes y comprometidos, cuando la mera capacidad de nombrar o representar parece tocar techo a fondo según la perspectiva espacial o simbólica que se desee adoptar”[5]

Esta última reflexión de Vicente Sánchez nos aproxima al tema de las diferentes perspectivas que decide tomar un autor para representar la realidad y al respecto hay que destacar el trabajo de Gaviria para tratar el tema de los niños que  protagonizan su película,  Mónica, Leidy, la Cachetona, el Zarco, ni la mayoría de sus protagonistas son actores aunque actúen eventualmente, fueron encontrados en diferentes instituciones de rehabilitación social y barrios marginales de la periferia de Medellín gracias a anteriores incursiones documentales que el director realizó en los 80`s para la televisión local, cabe anotar la particular forma de concebir la historia y su posterior realización, gracias a una entrevista que hizo el crítico de cine Pedro Adrián Zuluaga para la edición especial del guión de la película[6] donde  los 3 guionistas : Víctor Gaviria, Carlos Eduardo Henao y Diana Ospina explican la construcción de la estructura a partir del cuento La vendedora de Cerillas (Hans Cristian Anderson) y un largo trabajo de entrevistas con los protagonistas, frases tan resonantes como: “para que zapatos si no hay casa” salieron de estas conversaciones así como la consciencia de la búsqueda de afectos perdidos por medio de aspirar pegamento y como los niños “sacoleros” reviven afectos refundidos en medio de un contexto de violencia y muerte que les arrebató su primera infancia.   Esta fascinante y a veces dolorosa relación del escritor-director con sus personajes durante la realización de La Vendedora de Rosas se puede revisar en el documental: Como poniendo a actuar pájaros ( Erwin Goggel 1999).

En la Vendedora de Rosas estamos frente a una obra que alterna los procesos de escritura, casting y ensayos así como la investigación de campo como fuente principal para posterior representación de esta realidad.  Se ha escrito bastante sobre esa peculiar manera del director Víctor Gaviria de abordar la realidad y por eso he utilizado el término realismo poético para hablar de esta película y su autor, el realismo se refiere a los medios técnicos que tiene el cine para crear ilusión de realidad, formas de acercarse y entenderla, por eso existen muchos realismos.  La poesía es la capacidad de ver en una realidad la belleza de lo cotidiano, sin pretensiones de exaltarla o llevarla a un nivel superior como en el realismo mágico, contra ese realismo (más próximo a la literatura) emerge una poesía en forma de lenguaje callejero, tribu infantil solidaria y rebelde contra una sociedad que no les ofrece nada, una poesía marginal, oscura y palpitante que el cine representa en una estética reacia a toda idea de utopía y progreso.  En la vendedora de rosas no hay un discurso de clase social ni una denuncia sino una mirada sensible sobre la realidad.

Esa poesía presente en la manera de ver la realidad emparenta esta película con Los Olvidados (Buñuel, 1950) que nos adentra en la tragedia de una sociedad deprimida donde la infancia aparece como una de sus víctimas más evidentes y la delincuencia casi un paso necesario, la violencia de los excluidos, diferente este realismo poético de la retórica paternalista y redentora que heredó nuestro cine del neorrealismo italiano, este nuevo realismo poético necesariamente acude a la estética nihilista del registro directo y evidencia una tragedia, un NO FUTURO de nuestra niñez colombiana.



Retorno al niño de provincia, los niños invisibles.

Es evidente que La vendedora de Rosas marca un tono pesimista sobre el estado de la niñez sobre todo en la periferia de las grandes ciudades colombianas, el impacto social que dejó esta película abrió de nuevo el debate sobre la marginalidad de nuestra niñez en contraste con la empresa de grandes ciudades basadas en insipientes industrias modernas y proyectos de urbes desarrolladas, ciertos sectores acomodados de la sociedad no vieron con buenos ojos este tipo de representaciones en el cine y mucho menos el hecho que se viera en el exterior gracias a los diversos premios que consiguió el filme en países como Francia, Alemania y casi toda Suramérica, esta situación hace que otros directores y guionistas tengan que evadir de manera frontal el tema de la marginalidad sobre todo para el caso de los niños, habrá que acudir a otros aspectos igualmente importantes sobre la niñez y sobretodo cambiar de escenario, la inocencia y la particular forma de ver el mundo por los niños es recuperada gracias a la película Los Niños Invisibles (2001) del veterano director Lisandro Duque quien ya con su título apela a una metáfora de visibilizar ciertos aspectos de una niñez del campo o de provincia tan cercanas a esa cultura de país rural que había abundado en el cine en todo el siglo XX y que curiosamente sería un tema recurrente en el caso de la representación de los niños en el cine  en el nuevo siglo.

La historia contada por Lisandro Duque es una especie de repaso sobre la niñez de un escritor anónimo en el presente que relata en primera persona su niñez a principios de los años sesenta en el pueblo de Ambalema Tolima, las pasiones y contradicciones del primer amor, con un tono local de provincia hace una radiografía de un pueblo por medio de la visión de cuatro niños quienes impulsados por el protagonista Rafael se unen en un pacto para conseguir la tan anhelada invisibilidad.   El humor es un elemento importante en la forma como los niños miran la sociedad que les rodea y desafían las costumbres religiosas de su momento, al respecto Oswaldo Osorio escribió: “...con un humor bien logrado que sabe detenerse justo en el límite de empezar la truculencia o la provocación, este filme nos habla de los valores sociales y religiosos de una cultura que los asume con el desparpajo de la mediocridad  y la conveniencia[7]

Es evidente en la película que hay una ruptura de los paradigmas religiosos de antaño, la misa en latín que distanciaba el verdadero mensaje de la eucaristía, la figura del sacerdote dando su sermón en lo alto de la iglesia y por supuesto, la brujería como rito pagano satanizado por el catolicismo, estos elementos son cuestionados y desafiados por el grupo de niños que aparecen en Los niños Invisibles,  sin embargo resultan más eficientes algunos diálogos entre los adultos del pueblo para mostrar ese contexto de la provincia, por ejemplo los parlamentos del Barbero con tendencias marxistas que crítica la alienación desde las primeras emisiones de la televisión a la que asistían en la alcaldía  o sus discusiones cotidianas con su amigo vigilante del cinema sobre el trabajo y la explotación. 

El tema de la invisibilidad de los niños en la sociedad es un subtexto muy interesante  de la película, pues si bien en el argumento principal los niños no logran su cometido con el hechizo que los haría invisibles, durante el metraje vemos que tanto la iglesia, la familia y la prematura televisión ignora a los niños y les impone patrones de comportamiento, sin embargo no hay una construcción audiovisual propia, la narración forzada en off de un adulto explicando los acontecimientos, la retórica misma de los textos sobrecarga el filme de un lenguaje literario y no permite una propuesta concreta en imágenes como ejemplo de esto el último comentario que escuchamos en off al finalizar la película: “ ...Descubrí además que la invisibilidad lo hace sentir a uno solitario e insignificante entre el resto de la gente y esa triste convicción que a veces me asalta de nuevo”


Los Colores de la Montaña


Los colores de la montaña, Carlos César Álvarez, 2011
Fuente: www.proimagenescolombia.com 


Otro relato de la niñez de provincia es la película Los Colores de la Montaña (2010), esta vez un retrato actual ambientado en una vereda montañosa de los andes colombianos, Manuel, Julián y “Poca luz” representan los niños colombianos del campo atravesado por el conflicto armado del país, su director Carlos Arbeláez ya había tocado el tema de la niñez en el mediometraje La Edad del Hielo (1999) pero es con Los Colores de la Montaña que alcanza una representación contundente acudiendo a narrar la película desde la comprensión de los niños sobre su entorno cotidiano, de nuevo la inocencia o más precisamente la pérdida de esa inocencia debido a una lógicas más complejas de la violencia en nuestro país.   Hay un acierto por parte del director en fortalecer el  relato con las travesuras y aventuras de los niños al rescate de su balón en un campo minado por encima del discurso de un conflicto armado que apenas es síntoma de una realidad cambiante.

Julio Rodríguez en su portal de internet labutaca.com describe varias de las características a propósito de la sencillez del relato: “...Sin pretensiones comerciales ni maquillajes que falsifiquen la realidad, con el buen uso del sonido directo que recoge la naturaleza en toda su belleza y también la zozobra de sus pobladores, con el respeto hacia una jerga local que es necesaria para capturar la vida del lugar, Arbeláez consigue una película minoritaria pero muy interesante y necesaria, con sentido humanista y una mirada no fatalista y sí esperanzada que pasa por la escuela.”[8]  Encontramos que se valora de nuevo la aproximación a la realidad por medio de dispositivos cinematográficos como el sonido, al igual que Víctor Gaviria  retoma la jerga como recurso para mostrar la cotidianidad de un lugar, pero contrario a La Vendedora de Rosas hay una visión esperanzadora a pesar del contexto de un conflicto inmanente.

Al principio de este ensayo mencionaba el término “nueva infancia” a propósito de la investigación del ministerio de cultura y la crisis de instituciones como escuela y familia, en Los Colores de la Montaña la familia ya aparece fragmentada, los padres tienen diferentes posiciones sobre si quedarse en su finca o emigrar para salvar sus vidas, mientras el padre propone evadir  participar en cualquier reunión con grupos armados, la madre quiere escapar para resguardar una vida digna al margen del conflicto en su territorio.   Con respecto a la escuela, un espacio común para Manuel y sus amigos además de la cancha de fútbol, es una preocupación que el director propone, justamente el espacio de la escuela es donde se forja una transformación de los personajes, donde consiguen sus colores, donde planean su próximo partido de fútbol y en los momentos en que no tienen clase los niños aprenden otras cosas como el tamaño de las balas que Julián le enseña a Manuel los diferentes tipos de municiones, la deserción en las aulas es quizás la más evidente de las reflexiones en torno a la escuela y el conflicto armado la principal causa de esta deserción.

Los colores de la montaña, Carlos César Álvarez, 2011
Fuente: www.proimagenescolombia.com

Un acierto de la película es lograr una historia universal a pesar de los códigos locales presentes y este equilibrio de elementos la hace atractiva tanto para un público nacional como internacional, esta película a diferencia de las anteriores mencionadas logró cautivar al espectador en pantalla nacional (351.313 espectadores en todo el país[9])  y a los grandes festivales con premios como Kutxa a nuevos directores en el Festival de Cine de San Sebastián (2010) entre otros, demostrando que la sencillez de un relato atravesado por una mirada incluyente de la niñez en medio del contexto  de un  conflicto armado que vulnera sus derechos fundamentales.


La animación de no-ficción, una propuesta para Colombia.

Pequeñas voces, Oscar Andrade y Jairo Carrillo, 2011
Fuente: www.proimagenescolombia.com 


En este apartado del ensayo es preciso aclarar que hay una tendencia que cada día toma más fuerza desde la última década del siglo XX en el manejo y tratamiento del material de no-ficción a la par con el género de la animación y se ha descubierto el potencial emocional que difícilmente se logra con el documental de acción directa, es una ruptura con los antiguos paradigmas del documental moderno que tiende a plantear su tesis casi exclusivamente durante imágenes de archivo, entrevistas y fotos, más recientemente la voz en off permite unos niveles de interpretación superiores más cercanos al ensayo.   Pero es con la llegada del documental animado que se explora en campos que antes era inimaginable partiendo igualmente de materiales de no-ficción como fotografías, entrevistas o pistas de audio grabadas en el misma idea del documental moderno.

Hemos llegado a un punto muy interesante en cuanto a la representación de realidad se refiere para el caso colombiano y específicamente de la  niñez, la película animada del director Jairo Carrillo  titulada con acierto Pequeñas Voces (2011) marca un precedente importante en la búsqueda de nuevas propuestas  para representar una realidad tan delicada y a veces violenta de nuestra niñez.   Hay que aclarar que en (2003) Carrillo había realizado un mediometraje animado cuya idea sirve de base para el largometraje.  Una propuesta muy similar a la que ya había trabajado la directora Sheila Sofian en el documental animado  A Conversation with Haris (2001) donde a partir de una entrevista con un niño serbio víctima presencial del conflicto elabora un relato animado basándose en la pista de audio, en términos generales ambas propuestas se inscriben en lo que el animador Eric Patrick clasifica dentro del documental animado basado en el sonido (contempla otras  dos estructuras: narrativa e ilustrativa), Sheila Sofían estuvo en Colombia en el año 2007 como invitada al Diplomado de Animación experimental de la Universidad Javeriana pero más allá de la anécdota es interesante reconocer que la directora argumenta y defiende la posibilidad del documental animado como tratamiento de una realidad y de dar un valor agregado al material de no-ficción,  el monitor del diplomado anota: “...Para ella, en el momento de presentar una persona real que habla de temas tan sensibles y personales, es muy importante que el mensaje no tenga filtros impuestos por nuestros propios prejuicios sobre el aspecto físico de una persona.  La imagen no es entonces la que proclama contener la verdad como peligrosamente se cree comúnmente en el documental, sino que sirve como puente para acceder a ese desconocido y complejo territorio emocional que viven estas personas y alivianar las desgarradoras historias que nos cuentan”[10]

En el caso de Pequeñas Voces su director Jairo carrillo en 2003 elabora no solo una animación basada en entrevistas con niños víctimas del conflicto sino que además incorpora sus propios dibujos-terapia en la animación, los testimonios son dolorosos y los trazos, colores y texturas del puño de estos niños son un acierto que potencian la pieza audiovisual y la ubica en un nivel más profundo de la representación, sin embargo en el paso al largometraje que le lleva casi 7 años de proceso y la inclusión del director de animación Oscar Andrade se pierden algunos de estos rasgos, los personajes principales son ahora dibujos de animadores más bien estereotipados pensando posiblemente en un público internacional, se conservan los dibujos iníciales solo en fondos y personajes secundarios, se comete también un gran error al tratar de convertir una película que no había sido pensada para proyectar en 3D y entra forzosamente en un proceso de estereoscopiado.

A pesar de ciertas torpezas a la hora de estrenar la película con la distribución de Disney y haciendo creer al público nacional que se trataba de una película familiar fue un filme que impacto y sobretodo una manera muy distinta de ver temas en el cine tan trillados como el conflicto armado, el desplazamiento y la vulnerabilidad de la niñez en el campo colombiano.  Recibió múltiples premios en el exterior en Suecia, Holanda y Argentina y una participación en más de veinte festivales alrededor del mundo.  Confirmando que su estilo particular y el tratamiento especial del material de no-ficción (en este caso el audio de entrevistas a niños víctimas del conflicto) fueron una propuesta novedosa en la búsqueda de nuevos horizontes de la representación de nuestra violentada niñez.

Pequeñas voces, Oscar Andrade y Jairo Carrillo, 2011
Fuente: www.proimagenescolombia.com 

Conclusiones

Después de este recorrido por las diferentes representaciones de la niñez que se han presentado en el cine colombiano  a partir de La  Vendedora de Rosas y su particular tratamiento de la realidad con el director Víctor Gaviria poniendo en tela de juicio los anti-valores de una sociedad permeada por el narcotráfico y la violencia, una visión apocalíptica del futuro de los niños, sorprende que por medio de estas representaciones se hace una crítica a las instituciones como la iglesia en el caso de Los Niños Invisibles, la escuela y la familia en los Colores de la Montaña y finalmente a la guerra absurda que destroza la infancia de miles de niños colombianos en el campo con Pequeñas Voces, es posible rastrear también la búsqueda hacia un lenguaje que permita acercarnos de la mejor manera a la realidad vista por los niños y eso deja ver una preocupación de los autores  por visibilizar el flagelo a que están sometidos nuestros niños en Colombia y que muchas veces los medios masivos de comunicación mantienen al margen de sus mensajes.

Por último es importante resaltar que en esa búsqueda hemos encontrado caminos como el del documental animado donde lenguajes que aparentemente están tan lejanos como el documental y la animación son una herramienta contundente y un potencial emocional sin precedentes en nuestra cinematografía, el estatus de “nueva infancia” esta contextualizado en un ambiente donde la tecnología juega un papel importante y sirve de herramienta para explorar las nuevas subjetividades como un reto para la representación cinematográfica.

Epílogo: Buscando a los niños.

Para cuando escribo este ensayo se estrena en Colombia la película animada Anina cuya    protagonista es una niña y que tiene el premio de mejor película en el Festival de Cine de Cartagena (FICCI 2013), un mes antes se estreno el documental La larga Noche de las Doce Lunas (Prisicila padilla 2013) y el cortometraje Solecito (Oscar Navia) se estrenó en Cannes y premiado en Biarritz el mismo año, son apenas una muestra de la preocupación latente que tiene nuestro cine en la actualidad por aportar diferentes relatos en el tema de la niñez donde tanto la animación, el documental etnográfico y el cortometraje presentan sus particulares miradas sobre el tema, las representaciones de la niñez son claves para entender nuestra visión de sociedad y de futuro, mientras más nos acerquemos a ellos seremos más conscientes de nuestras luchas y deseos por la construcción de una sociedad incluyente y en constante transformación.





[1]   Ruffinelli, Jorge. Entrevista: El Universo Marginal de Víctor Gaviria. Disponible en: http://www.elojoquepiensa.net/elojoquepiensa/index.php/numeros-anteriores/116
[2]   En los años 1980 la recién creada la Compañía de Fomento Cinematográfico (FOCINE) de carácter estatal, permitió que se realizaran algunas producciones. Sin embargo, la compañía tuvo que ser liquidada a principios de los años 1990.
[3]   Bernuz Beneites Maria José.  El cine y los derechos de la infancia. Ed.Tirant lo Blanch. 2009.
[4]   Análisis exploratorio sobre nuevas identidades infantiles y su relación con
     los medios audiovisuales de comunicación. Ministerio de  Cultura- Dirección de Cinematografía 2009.
[5]   Sánchez Biosca Vicente, Cine de Historia y Cine de Memoria: La representación y sus límites.  Ed. Cátedra 2006.
[6]   La vendedora de Rosas, Guión Cinematográfico.  Corporación de Cine de Santa Fe de Antioquia y el Fondo Editorial de EAFIT.  2012
[7]   Osorio Oswaldo.  Los niños invisibles de Lisandro Duque: Inocencia y Sacrilegio.  2001
[8]   Rodríguez Julio Chico. “Los colores de la montaña”: El mural del miedo y de la violencia
            www.la butaca.com        septiembre 06 de 2011
[9]   Fuente: PROIMAGENES Colombia.  Pantalla 518 julio 01 - 08 / 2011
[10] Gonzales Juan Camilo 2008.  Sheila M. Sofian, Animación y  Documental

1 comentario :

  1. Exelente relato de la realidad de la infancia colombiana desde la vision cinematografica. Buen trabajo!!!

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