martes, 28 de enero de 2014

Sobre la idea de lugar en la obra de José María Arzuaga y Víctor Gaviria


Presentado por:
Juan David Umbarila*



Rodrigo D. No Futuro, Víctor Gaviria, 1990
Fuente: www.proimagenescolombia.com


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“Uno toma pepas para robar y matar”, decía el Zarco en una de las tomas previas al rodaje de La Vendedora de Rosas (1998), todo ese material luego se convertiría en el documental Como poner a actuar pájaros.  En una entrevista a Fernando Cortés, Víctor Gaviria cuenta lo que buscaba con ese material –“… pero lo tenaz es tener todo el entorno lo más completo posible. Entonces yo les preguntaba por todo, por todo.” Y es que para Víctor era esencial que la película hablara por sí misma de “todo”, sus personajes no sólo buscan la auto determinación, constantemente están dando cuenta de su entorno y de los conflictos con él. Con disciplina investigativa Víctor junto a Carlos Henao y Diana Ospina se integran con los personajes en la búsqueda de una Medellín desconocida.

Medellín, como casi cualquier Metrópoli Latinoamericana, es una ciudad dividida, fragmentada, excluyente de lado a lado, donde todos se ven abocados a la calle en una búsqueda desesperada de sí mismos. Esto como fiel ejemplo del país donde se inscribe, todo absolutamente todo, tiene dueño, inclusive los hombres y también, todos esos espacios que por fuerza le han quedado al transeúnte. En La Vendedora de Rosas encontramos tres escenarios claros:

La Comuna, como lugar de nacimiento y muerte, reforzado alegóricamente con la carga significativa de la Navidad; Mónica en su constante exilio nos muestra la Ciudad, inclusive a través de sus recuerdos. Aquí Víctor nos da esa doble lectura de los acontecimientos, al exterior y al interior de sus personajes, inclusive construye en imágenes las alucinaciones de Mónica: ella ve a su Mamita (Abuela) cada vez que está ensacolada (bajo los efectos del pegante). “Estos niños son más que niños, no pueden crecer, todo es un gale” dice Víctor y de ahí el título del making of de la película, Como poner a actuar pájaros. Mónica vive en el pasado cada vez que huele pegante. En su niñez en la Comuna, allí quiere volver y celebrar la Navidad en sano juicio, pero todo va mal, no hay forma de hacerlo como antes.

Tal vez sea más amplia la construcción de éste lugar en la película Rodrigo D. Jorge Ruffinelli describe cómo Víctor junto a Rodrigo Lalinde, Director de Fotografía, describen con un lenguaje propio el paisaje donde habitan sus personajes: “…sus planos en picado que reflejan los desniveles físicos urbanísticos —casas construídas en laderas— donde se desarrolla la acción y el uso habitual de las azoteas y techos de las casas —que son lugares de estar y hasta de desplazamiento—“¹ y completa “…más el intenso ritmo narrativo del montaje” ¹. Inclusive en la película se hace alusión a la construcción física del lugar: Uno de los jóvenes hace ésa labor, efectuando la mezcla de concreto para seguir elevando la terraza en un proceso de auto-construcción. Víctor no oculta la literalidad de la realidad en su trabajo y finalmente Ruffinelli busca un género cinematográfico para él: “Obviamente, sus películas son ficción, pero el método para realizarlas ha aproximado esa ficción a lo documental, y más que a lo documental, al realismo”.¹

El segundo escenario es el Centro Urbano, lugar de libertad, en donde Mónica y sus amigas conviven y establecen nuevos lasos y nuevos órdenes, donde cada una de las adolescentes marca su territorio y define su posición frente a todo. Allí quedan claras, jerarquías, por antigüedad o por sagacidad. Un centro desprovisto de escala, todo es gigante para estas pequeñas niñas adulteradas, pero ellas se organizan y conviven en medio de talleres y negocios. Mónica se preocupa por los suyos, por los niños desmoralizados “¿Para qué zapatos si no hay casa?” dice uno de entre una horda de ellos, todos van y vienen. Andrea, la más pequeña, llega y Diana, la negra, se va, todo gira, se desdibuja y se vuelve a dibujar, es una realidad circular.

La vendedora de rosas, Víctor Gaviria, 1998


La cámara construye el escenario con Mónica al medio, acompañándola a través de la Medellín fragmentada. Situándose a su altura, nunca más alto, inclusive los adultos casi siempre son tomados en contra-picado. Claramente Mónica es una niña menuda que contrasta con la gravedad del contexto, lo aparatoso de la ciudad y lo funesto de los adultos. Luego de vencer las fronteras urbanas (vías rápidas y ríos, ahora canales de desagüe de la ciudad) las niñas, Andrea en su exilio y Mónica en su trasegar llegan al Centro en medio del comercio, de talleres desvencijados y calles llenas de transeúntes. Paradójicamente llegan a la Pensión El Descanso, allí todo es más lento y conmovedor. Claudia resiste el dolor que le produce la partida de Diana, la negra.

Finalmente, La Zona Franca, lugar de intercambio y del rebusque, donde toda la ciudad confluye, ricos y pobres, un escenario donde todo parece un tanto irreal. Amores y desamores confluyen en las aceras, drogas y alcohol giran alrededor de luces de bares y discotecas. Ya viene el 24 de diciembre y los ánimos se exacerban. Todo es susceptible de intercambio, desde las inocentes rosas hasta los mismos inocentes cuerpos de las niñas. El peligro acecha pero no a todos por igual, mantenerse despierto es importante. Todo y todos luchan por no perder significado, todo es competencia y Mónica no está exenta, ella tiene la firme intención de permanecer sobria, pero el amor le juega una mala pasada.

La película resulta colorida, Víctor acentúa la provincia con colores propios del trópico, de la festividad, del ensueño. Mientras que el Centro es recreado a la luz del día, la Zona Franca es claramente el reflejo de la Ciudad nocturna y rumbera que también es Medellín. Lógicamente no es clara la ubicación geográfica del lugar por lo oscuro del paisaje, pero sí es claro su contexto, los niños deambulan por los alrededores mostrándonoslo: Es un barrio clase media de calles solitarias, donde Judy coquetea con la prostitución, Andrea se expone prematuramente, Mónica se desenamora y los demás niños buscan personificar su ensueño.

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En Mónica nos podemos ver, en ese efecto reflejo que tiene el cine y que no está ausente en ésta película y quizá por eso desató tanta incomodidad en la sociedad más acomodada de Colombia, porque en ella nos vemos reflejados todos, porque Gaviria quiere dar cuenta de todo y a pesar de su ambición lo logra muy bien. Mónica encarna ese personaje anodino, incómodo con su entorno y que busca una salida, ese mismo personaje que muy pocas veces hemos visto en el Cine Nacional, pero cuando lo vemos, sentimos un cierto alivio, el alivio de saber que existimos realmente. La pantalla nos da vida, recrea nuestras angustias, nuestros delgados lazos filiales, nuestras ideas de amor, en palabras de Ruffinelli: “En vez de articular una visión maniquea, Gaviria elige desnudar a toda la ciudad oculta, con la complejidad de sus relaciones y con la decisión de no reducirla a un esquema de bien y mal que, en definitiva, al señalar a unos pocos culpables, sólo acaba tranquilizando la conciencia de los espectadores.” ¹

Víctor dice, junto a Luis Alberto Álvarez en El cine colombiano visto desde la provincia, “La realidad bien vale un poco de mala ortografía.” haciendo referencia a la precaria técnica del cine no Bogotano de ese entonces, 1981. Ésto marcará su camino. Sabía que no era un problema de técnica realmente, sino de lo que presuponía el problema técnico, sesgar la mirada. Por un insuficiente equipo, no iba a dejar de lado la realidad, evitar exteriores porque suponían una gran incertidumbre no era el camino y lo demostró con Rodrigo D, se lanzó al vacío con él, con todos los problemas posibles, pero no importaba, porque así era la realidad, imperfecta, grosera e impredecible.

Para capturar esa realidad, Víctor contaba ya con una mirada crítica del Cine Colombiano, construida junto a  Luis Alberto Álvarez, con quién escribió: “En el cine de José María Arzuaga, por lo menos Raíces de piedra y en Pasado el meridiano, hay una concepción del espacio que no existe en ninguna otra película del cine colombiano. Los personajes se mueven y se integran a un espacio real, hay una concertación del movimiento de esos personajes con el de la cámara y con las relaciones de los mismos con los objetos. Uno siente que el aire se cuela entre los intersticios… La valentía de Arzuaga consiste en no renunciar a sus ideas, pese a la deficiencia de las realizaciones… Para muestra ese complejo movimiento de cámara en el banco en Pasado el meridiano, que en su torpeza actual deja entrever uno de los momentos más maravillosos del cine colombiano.” ²

Tiempo después Víctor realizaría ese plano secuencia en el “alto”, mansión abandonada en Rodrigo D: mientras el parche (grupo) practica con la navaja, Rodrigo acompaña incisivamente con sus baquetas. Una y otra vez vemos reflejado a Arzuaga como referente en sus películas. Sigue el ensayo: “Nunca esta lección de respetuosa espera que tan frecuentemente nos da José María Arzuaga. Tampoco la mirada distante, dignamente incisiva, de asistir al primer ataque de locura del personaje de Raíces de piedra, temblando en la acera como un epiléptico, a través de la vitrina de un almacén en donde se destaca, sin inmutarse, perfecto y elegante, un avión publicitario de juguete.”¹ Estas imágenes cargadas de significado las traerá Víctor en su primer largometraje; de la misma manera que en Raíces de piedra: tras un cristal, sin inmutarnos, vemos caer a Rodrigo tras la ventana.

Un personaje de similares condiciones, anodino, intrascendente, se enfrenta al mismo panorama, una ciudad esplendorosa y dura pero a la vez aplastante e incomprensiblemente ajena. Quizá para Arzuaga el avión es un símbolo de la modernidad que asiste como detonante y a la vez testigo silencioso, del choque entre una pujante urbanización y una sociedad todavía provinciana. Mauricio Durán nos trae la mirada crítica de Andrés Caicedo, “… (Caicedo) describe este plano como si se tratara de un acuario que contiene a la ciudad, donde la realidad parece estar más bien del lado de acá, con sus promesas de viaje y la ficción del otro lado del cristal, donde un hombre aúlla y cae al piso en medio de los transeúntes que lo ignoran.” ³

Tanto en Arzuaga como en Gaviria, vemos claras referencias a la idea de ciudad. Arzuaga no lo oculta con su Rapsodia en Bogotá (1963), imágenes de la ciudad sobre la Rhapsody in Blue de Gershwin, no me extrañaría que Arzuaga influenciado por el Neorrealismo Italiano, buscara dar cuenta de la ciudad a través de personajes marginales; y quién mejor puede dar cuenta de ella, sino quien se ve abocado a sus calles. Gente del común, trashumantes como Gonzalo. En Las latas en el fondo del río: “Los espacios físicos son también, y sobre todo, dramáticos. El personaje de Pasado el meridiano corre dejando a su espalda a su novia reciente, en manos de una barra de muchachos que ha comenzado a violarla. A partir de allí, por donde se mueva, vaya al trabajo o visite el pueblo de su madre, el espectador siente que, secretamente, el personaje se acerca o se distancia desde ese lugar con montículos de hierba y fantasmales construcciones, de donde huyó ridícula y trágicamente.”¹ Son todos estos lugares donde los personajes se ven forzados a desenvolverse, la ciudad crece y los espacios se vuelven impersonales, donde antes había campo hoy hay un edificio en construcción vacío. Tanto en Rodrigo D como en La Vendedora de Rosas los límites de la ciudad están claramente marcados, Rodrigo debe transitar a pie la carretera que lo lleva a la ciudad formal, Mónica debe atravesar viaductos y canales para subir a La Comuna, en todos estos intersticios sale a flote la realidad social de la que dan cuenta sus personajes.

Para Mauricio Durán “La mirada de Arzuaga ya había comprendido la compleja e injusta realidad de esta ciudad, había trascendido la utilización de la ciudad como escenografía, superando su hecho simplemente edilicio y urbanístico para ver reflejado en éste la esencia de su condición: la explotación de sus habitantes más humildes y su resignación, y la indiferencia de sus habitantes ante su propia realidad.”³ En las películas de Víctor Gaviria ya hemos asumido la modernidad, pero aún seguimos siendo ese mismo testigo silente e indiferente y él ya no nos quiere más ausentes. Pos esto, según Ruffinelli “El melodrama está ausente del cine de Gaviria”. Y es eso a la vez, lo que nos permite acercarnos tanto a la realidad que nos muestra Víctor. Literalmente, vivimos sus personajes, nos lleva a sentir como ellos, al punto que ha logrado poner sus palabras en nuestras bocas, la música de sus películas la hemos hecho nuestra y la perspectiva de la mirada de esos niños, la tenemos ya gravada en la retina. Logramos pasearnos por esa Medellín limitada en un traveling continuo, haciéndola nuestra, ocupándonos por fin, de ella.

Los olvidados, Luis Buñuel, México, 1950 

 
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Estas películas constituyen referentes latinoamericanos de la realidad urbana, junto a películas como Los Olvidados (México, 1950) de Luis Buñuel. “En ésta película, Pedro, que acaba de huir de una granja modelo, vaga por la ciudad y frente a un escaparate de tienda (la imagen está tomada desde dentro del local) un adulto bien vestido se le acerca e intenta seducirlo mostrándole dinero. La aparición de un policía (pedro lo ve y huye) impide que el negocio culmine. Como el espectador no escucha el diálogo del pedófilo y el niño, Buñuel encuentra en el procedimiento narrativo una buena manera de referirse a aquello de “lo que no se hablaba” en México (y en ninguna otra parte del mundo).” º En Raíces de piedra y Rodrigo D, la imagen se repite, los espectadores nos vemos aislados dentro de una urna de cristal ante las vicisitudes del anti-héroe
En la secuencia del río en Crónica de un niño solo (Argentina, 1964) de Leonardo Favio, “… el placer de la desnudez y de nadar se convierten en el horror (del amigo) porque es violado por otros jóvenes sin que polín intervenga, sirve para diseñar aún más la condición anti-heroica y realista (es decir, despojada de idealismos) de estos personajes, la problemática moral en que la solidaridad simplemente no existe junto a la necesidad instintiva de sobrevivencia.”º Quizá esa escena nos recuerde el personaje de Pasado el meridiano que corre dejando a su espalda a su novia reciente, en manos de una barra de muchachos que ha comenzado a violarla.
Pixote, la ley del más débil (Brasil, 1980) de Héctor Babenco; “La filmación duró quince semanas, pero los niños actores eran devueltos cada noche a sus casas, como señaló Babenco: “No quería fantasías para volver después a la realidad”. Sin embargo, después de esta película Fernando Ramos da Silva (Pixote) consiguió pequeños papeles en la televisión y el cine, pero no pudo avanzar en una carrera artística, entre otras cosas por la limitación de sus horizontes intelectuales y su resistencia a educarse. Formó pareja y tuvo una hija. La ficción de todos modos lo persiguió bajo la forma de la policía. En su libro Pixote. A Lei do mais Forte (1993), José Louzeiro escribió que el joven era acosado y perseguido frecuentemente por la policía, que finalmente lo mató aunque estaba desarmado. Esta segunda historia fue también llevada al cine: ¿Quem matou Pixote? (Jose Joffily, 1996).”

Gregorio (Perú, 1984) y Juliana (1985), ambas películas del Grupo Chasky, grupo que promueven la soberanía audiovisual, de manera similar que a la alimentaria, propone un cine comunitario. Cine de abajo hacia arriba, lo han llamado también. Stefan Kaspar, Fernando Espinoza y Alejandro Legaspi desarrollan con actores naturales la historia de estos dos niños que viven el choque de una Lima Violenta y caótica. Con una red de micro cines han logrado cubrir gran parte del territorio peruano, distribuyendo y produciendo a su vez de manera participativa éste tipo de cine social.

Desde Los 400 golpes (Francia, 1959) de François Truffaut hasta  La Ciudad de Dios (Brasil, 2002) de Fernando Meirelles encontramos referentes de lo que bien podría ser un género del cine. Un cine que propende por sacar una radiografía de Ciudad, en donde se ve todo conflicto humano en su aspecto más descarnado y violento; al tiempo que nos vemos rodeados de una urna de cristal desde la cual estamos ausentes de esa realidad latente pero no resuelta.


Bibliografía:   

¹ Jorge Ruffinelli, Cuadernos de Cine Colombiano N°3. Víctor Gaviria.
² Luis Alberto Álvarez y Víctor Manuel Gaviria, El cine colombiano visto desde la provincia. Las latas en el fondo del río. Cine No 8. 1981.
³ Mauricio Durán, Cuadernos de Cine Colombiano N° 8. Extranjeros en el Cine II.
º Jorge Ruffinelli, América latina en 130 películas.

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