Presentado
por:
Liliana Rocío
León Moreno*
* Comunicadora social – periodista de la Universidad Externado de
Colombia, con Especialización en realización de televisión de la Pontificia
Universidad Javeriana. Ha trabajado en la producción de audiovisuales,
documentales, seriados, mininotas y en la formulación y ejecución de
estrategias de comunicación para el sector académico y entidades estatales.
Flora Martínez en Rosario Tijeras, Emilio Maillé, 2005 Fuente: www.proimagenescolombia.com |
Hablar de la representación femenina en la cinematografía nacional puede producir bostezos en el lector, si se piensa de antemano en un discurso plagado de feminismos. Sin embargo, en esta última década el género masculino se siente motivado a hacer películas sobre algunas situaciones violentas hacia las mujeres. Sí, curiosamente son hombres que en este nuevo siglo se aventuran a viajar por el universo femenino. Y sí, violencias, en plural, pues el país ha vivido tantas etapas, que algunos especializados las categorizan por fechas. Pero, ¿por qué las historias sobre mujeres en situaciones violentas suelen ser más llamativas que si su protagonista fuese hombre? ¿Hay una nueva sensibilidad masculina para entender las consecuencias de la violencia de género? ¿O es en los cuerpos de las mujeres que se pueden representar las violencias?
Geoffrey
Kantaris en su ensayo El cine urbano y la tercera violencia colombiana[1] define a la primera
violencia aquella que se dio a partir de El Bogotazo (1948) ese período de
beligerancia entre los partidos liberal y conservador. La segunda violencia fue
la que ocurrió en los campos colombianos durante las décadas 70 a los 90. La
incursión de grupos armados legales e ilegales en territorios campesinos e
indígenas, tuvo como efecto la migración de cientos de familias de varios
lugares del país. Y la tercera violencia, consecuencia de la segunda, es la que
se da en las ciudades como resultado del desplazamiento masivo desde el campo,
formando nuevas geografías de exclusión en las urbes.
El siguiente análisis sobre mujeres
representadas en el cine se enmarca en esta última violencia, la tercera. Para
ello, se han escogido las películas realizadas este siglo: María llena eres de
gracia (2004) de Joshua Martson, Rosario Tijeras (2005) de Emilio Maillé, Te
amo Ana Elisa (2008) de Antonio Dorado, Retratos en un mar de mentiras (2010)
de Carlos Gaviria, Karen llora en un bus (2011) de Gabriel Rojas y La Sirga
(2012) de William Vega. Todas sus protagonistas son mujeres y sobre ellas
recaen los giros argumentales.
Como el drama cinematográfico exige una
trasformación del personaje, la historia de cada una de ellas habla de cambios
de su realidad. Las 6 protagonistas de las peliculas en cuestión, tienen un
presente que les resulta doloroso; viven en condiciones que no son amables y su
futuro es incierto si continúan en esta realidad. Cada una de las protagonistas
buscará la manera de cambiar ese presente. En el caso de María (María llena
eres de gracia) adolescente embarazada que vive en inciertas condiciones junto
a su familia en una modesta casa, decide convertirse en “mula” del narcotráfico
y de este modo, subsanar su difícil situación.
Karen (Karen llora en un bus) es una mujer de 35 años que opta por separarse de su esposo y emprender una vida independiente. La historia inicia justo después de abandonar su hogar y a medida que se desarrolla la trama, el espectador entiende que ella quiere evitar la discriminación a la que es sometida por su marido. A primera vista, no parece un drama que se enmarque en la violencia colombiana pero, la sumisión económica es la perpetuación del esquema familiar patriarcal representado en otras películas colombianas. Tal es el caso de Pisingaña (1986) de Leopoldo Pinzón, como en un ritual Consuelo (Consuelo Luzardo) pide dinero a su marido Jorge (Carlos Barbosa) todas las mañanas antes de que éste salga a trabajar. Por eso, para Karen dejar atrás a su marido implica además desprenderse de este esquema. Es una historia con la que muchas mujeres en el país podrían sentirse identificadas.
Ángela Carrizosa (Karen) en Karen llora en bus, Gabriel Rojas, 2011 Fuente: www.proimagenescolombia.com |
Karen (Karen llora en un bus) es una mujer de 35 años que opta por separarse de su esposo y emprender una vida independiente. La historia inicia justo después de abandonar su hogar y a medida que se desarrolla la trama, el espectador entiende que ella quiere evitar la discriminación a la que es sometida por su marido. A primera vista, no parece un drama que se enmarque en la violencia colombiana pero, la sumisión económica es la perpetuación del esquema familiar patriarcal representado en otras películas colombianas. Tal es el caso de Pisingaña (1986) de Leopoldo Pinzón, como en un ritual Consuelo (Consuelo Luzardo) pide dinero a su marido Jorge (Carlos Barbosa) todas las mañanas antes de que éste salga a trabajar. Por eso, para Karen dejar atrás a su marido implica además desprenderse de este esquema. Es una historia con la que muchas mujeres en el país podrían sentirse identificadas.
Rosario (Rosario Tijeras) es la imagen de
la mujer que vive de frente a la violencia. Es un paisaje ya reconocido por el
público, gracias a la producción de varias cintas sobre las comunas marginadas
de Medellín. Rosario es una joven prepago, es decir una prostituta, asesina a
sueldo, es la representación de la femme fatale local. El espectador encuentra
a Rosario en el momento de su vida en el que quiere proclamarse independiente,
sin dueño, sin hombre. Luego, el amor verdadero, la mueve hacia lugares del
alma más tranquilos. Al final queda la sensación de que al encontrar la muerte
fuese una liberación de esa vida de ataduras.
Ana Elisa (Ana Elisa te amo) es una joven
que también vive en las comunas marginadas de Medellín. La premisa es contada
en los primeros minutos de la película: Ana Elisa quiere estudiar medicina para
superar su situación y para servir a la comunidad como una manera de cambiar el
mundo que la rodea. También huye de la violencia de su exnovio personaje que en
medio de una crisis emocional y exaltado por el consumo de alucinógenos,
asesina a su hermano y abuela. Aunque es una comedia tiene momentos de
verdadera tragedia, el intento de violación y la muerte de algunos de sus
personajes a sangre fría: el presentador de peleas, el guardaespaldas y el
narco, hacen que la línea que divide lo cómico de lo trágico sea indefinible.
Alicia (La Sirga) es una desplazada por la violencia a mano de grupos guerrilleros, que escapa y pide ayuda a su tío Óscar. Él vive en una casa modesta cerca a la laguna de La Cocha en Nariño. A pesar de sus esfuerzos por quedarse en la casa, ayudando en la restauración de la misma, es amedrentada por su primo y debe partir de nuevo. Alicia es la eterna historia que relata la llegada de mujeres del campo a la ciudad. El personaje recuerda a Graciela, la inocente protagonista de Pisingaña, obligada a abandonar su terruño. La casa quemada y sus parientes muertos, son motivos suficientes para huir y salvarse de la violencia.
Marina (Retratos en un mar de mentiras) es una joven, que como Alicia es testigo y sobreviviente de la muerte de su familia en hechos violentos. Marina viaja, no solo por la geografía colombiana, sino por su propio dolor con el fin de olvidar su pasado, en otras palabras, cambiar su estado vegetativo emocional por uno más gozoso. Ella es una de tantas víctimas que ha perdido su familia, su parcela y su identidad. Es una más de las mujeres que termina viviendo en una ciudad que la desconoce y la excluye. La primera parte de esta película se desarrolla en un barrio marginal de Bogotá. Es la coincidencia con Ana Elisa y Rosario, quienes también viven a espaldas de una urbe desarrollada, cosmopolita y moderna.
La vida de estas protagonistas sirve para ilustrar las consecuencias de un país en proceso de formación, de una democracia que no pasa del papel a la realidad. Son representaciones de la discriminación de género que aún no encuentra mecanismos efectivos en la práctica para su erradicación.
Rosario Tijeres, Emilio Maillé, 2005 Fuente: www.proimagenescolombia.com |
Joghis Arias (Alicia) en La Sirga, William Vega, 2012 Fotografía: Carolina Navas Fuente: http://peliculalasirga.com/ |
Alicia (La Sirga) es una desplazada por la violencia a mano de grupos guerrilleros, que escapa y pide ayuda a su tío Óscar. Él vive en una casa modesta cerca a la laguna de La Cocha en Nariño. A pesar de sus esfuerzos por quedarse en la casa, ayudando en la restauración de la misma, es amedrentada por su primo y debe partir de nuevo. Alicia es la eterna historia que relata la llegada de mujeres del campo a la ciudad. El personaje recuerda a Graciela, la inocente protagonista de Pisingaña, obligada a abandonar su terruño. La casa quemada y sus parientes muertos, son motivos suficientes para huir y salvarse de la violencia.
Joghis Arias (Alicia) en La Sirga, William Vega, 2012 Fotografía: Carolina Navas Fuente: http://peliculalasirga.com/ |
Marina (Retratos en un mar de mentiras) es una joven, que como Alicia es testigo y sobreviviente de la muerte de su familia en hechos violentos. Marina viaja, no solo por la geografía colombiana, sino por su propio dolor con el fin de olvidar su pasado, en otras palabras, cambiar su estado vegetativo emocional por uno más gozoso. Ella es una de tantas víctimas que ha perdido su familia, su parcela y su identidad. Es una más de las mujeres que termina viviendo en una ciudad que la desconoce y la excluye. La primera parte de esta película se desarrolla en un barrio marginal de Bogotá. Es la coincidencia con Ana Elisa y Rosario, quienes también viven a espaldas de una urbe desarrollada, cosmopolita y moderna.
Paola Baldión (Marina) en Retratos en un mar de mentiras, Carlos Gaviria, 2010 Fuente: www.proimagenescolombia.com |
La vida de estas protagonistas sirve para ilustrar las consecuencias de un país en proceso de formación, de una democracia que no pasa del papel a la realidad. Son representaciones de la discriminación de género que aún no encuentra mecanismos efectivos en la práctica para su erradicación.
El negocio de la cocaína, el sicariato,
el desplazamiento forzado e incluso la dependencia económica y la anulación
hacia lo femenino son las representaciones de esa exclusión a la que
lamentablemente la mujer es sometida continuamente y le corresponde sortear día
tras día.
Según cifras de la ONU presentadas a
medios nacionales el 8 de marzo del 2010, hay en el país cerca de 1’500.000
mujeres desplazadas. Es decir, con ellas podríamos llenar todas las tardes,
durante un año y 10 días el Estadio El Campín de Bogotá.
Otras cifras de este mismo año, dadas por
el Centro Nacional de Consultoría señalan que “un 55% de las mujeres considera
muy alta la intensidad de discriminación en Colombia. Y aunque la mayoría
considera que se da en todos los ámbitos, la percepción de discriminación es
especialmente marcada en el trabajo (92%), seguida de la que afecta a su
libertad sexual (83%), a la política (81%), a la vida familiar y al acceso a la
justicia (78%) y en los medios de comunicación (62%)”.
Esta misma encuesta, hecha exclusivamente al género femenino, destaca tres problemas que según las colombianas deben ser legislados con urgencia: “la atención a las mujeres desplazadas, la reparación a las víctimas del conflicto armado y la prevención del embarazo adolescente”. Trasladando estas realidades a la ficción, significa que las historias de Alicia, Marina y María respectivamente, son apenas una leve representación de esta dolorosa verdad.
Quizá una de las variables para que se represente, de manera más evidente la tercera violencia en las mujeres, es el hecho de que el cuerpo femenino se haya convertido en territorio de guerra, es decir; éste es disminuido, vituperado, explotado, desplazado y violado. Tal y como lo cuentan nuestras protagonistas. Por eso las expresiones: mula, prepago, prostituta, histérica, sumisa y demás calificativos automáticamente se relacionan con el mundo femenino, ya que al intentar el ejercicio de trasladar estas palabras al masculino no son tan contundentes ni en libros, ni en guiones, ni en la pantalla grande. Son paradigmas inexistentes del mundo masculino. Serían historias fuera de lo común.
Esta misma encuesta, hecha exclusivamente al género femenino, destaca tres problemas que según las colombianas deben ser legislados con urgencia: “la atención a las mujeres desplazadas, la reparación a las víctimas del conflicto armado y la prevención del embarazo adolescente”. Trasladando estas realidades a la ficción, significa que las historias de Alicia, Marina y María respectivamente, son apenas una leve representación de esta dolorosa verdad.
Quizá una de las variables para que se represente, de manera más evidente la tercera violencia en las mujeres, es el hecho de que el cuerpo femenino se haya convertido en territorio de guerra, es decir; éste es disminuido, vituperado, explotado, desplazado y violado. Tal y como lo cuentan nuestras protagonistas. Por eso las expresiones: mula, prepago, prostituta, histérica, sumisa y demás calificativos automáticamente se relacionan con el mundo femenino, ya que al intentar el ejercicio de trasladar estas palabras al masculino no son tan contundentes ni en libros, ni en guiones, ni en la pantalla grande. Son paradigmas inexistentes del mundo masculino. Serían historias fuera de lo común.
Rosario Tijeras, Emilio Maillé, 2005 Fuente: www.proimagenescolombia.com |
Por ejemplo, María usa su cuerpo en
embarazo para transportar drogas, Rosario violada de niña, vendida de
adolescente por su hermano, usa su cuerpo para posicionarse en la organización
criminal. Karen tiene un dilema más sutil, no se siente atractiva frente a los
hombres, por eso apaga la luz cuando tiene relaciones sexuales. Alicia es
acechada, sin saberlo, en las noches por la mirada lasciva de su tío. Marina es
rechazada por tener un desorden mental producto de un trauma de infancia, por
eso no se toman en cuenta sus opiniones. A Ana Elisa la intenta comercializar
su tía como un objeto sexual. Todos estos personajes encajan desde diferentes
perspectivas como perfiles femeninos de la tercera violencia.
Las representaciones hasta ahora hechas
por realizadores son ficciones basadas en hechos reales. Sus historias
recuerdan que es ineludible trabajar por una sociedad con igualdad de género, o
de géneros si se suman los grupos LGBTI, desafiantes a la moral judeocristiana
y a las leyes colombianas. Si existe una nueva sensibilidad en los hombres para
escribir guiones sobre la historia de mujeres, es un buen ejercicio para hacer
memoria en un país que ha perdido la costumbre de recordar por andar sumido en
los realities que ofrece la televisión. Si en cambio, estas historias son el
camino para agradar en los festivales europeos, podría ser una forma de
abandonar al público colombiano, pues al tratar estos temas en particular se
sesga la mirada sobre el mundo femenino colombiano y es posible que canse a los
espectadores con estereotipos. Pues el cine puede ser un medio de comunicación
que muestre el universo femenino, no sólo desde las situaciones de víctima.
Es necesario también, que las mujeres conquisten nuevamente el territorio de la realización cinematográfica, para conocer sus puntos de vista sobre esta problemática y tal vez por qué no, reconocer las claves necesarias con el fin de avanzar en materia de legislación y de cultura que se vean reflejadas en la cotidianidad y por supuesto, en el séptimo arte.
Ya en el siglo pasado, algunas colombianas dirigieron varios largometrajes. Solo por mencionar algunos trabajos: Camila Loboguerrero filmaría María Cano (1990), la historia de una líderesa de obreros de los años 20. En 1985 Teresa Saldarriaga dirige: Nelly, cuenta el drama de una mujer campesina que luego de llegar a Bogotá es obligada a ser prostituta. Y de la misma directora La noche que nos visitó Sonia (1987), es la tragedia de una mujer que luego de pasar una noche recordando a su padre, tras haber abierto un baúl con pinturas, es atacada por un hombre. Luego, visita a su mejor amiga y termina siendo cuestionada por un aparente coqueteo con su marido. En 1993 Bella Ventura filma el documental Hilos invisibles, la historia de una mujer que recuerda la muerte trágica de sus hijos. Patricia Cardoso realizó el corto El corredor de sueños (1989) sobre una muchacha que se enamora de Octavio Paz. Y posteriormente en 2002 filmó Las mujeres de verdad tienen curvas, un guión imponente sobre una adolescente chicana que debe adaptarse o rebelarse a las condiciones que le impone su familia, su cultura y la sociedad. Y aunque no necesariamente estas películas sean memoria de las otras violencias que azotaron el país, si es un ejercicio único que permite ver el universo femenino ya que angustias, recuerdos, sueños y vivencias son contados por cada protagonista.
Joghis Arias (Alicia) en La Sirga, William Vega, 2012 Fotografía: Carolina Navas Fuente: http://peliculalasirga.com/ |
Es necesario también, que las mujeres conquisten nuevamente el territorio de la realización cinematográfica, para conocer sus puntos de vista sobre esta problemática y tal vez por qué no, reconocer las claves necesarias con el fin de avanzar en materia de legislación y de cultura que se vean reflejadas en la cotidianidad y por supuesto, en el séptimo arte.
Ya en el siglo pasado, algunas colombianas dirigieron varios largometrajes. Solo por mencionar algunos trabajos: Camila Loboguerrero filmaría María Cano (1990), la historia de una líderesa de obreros de los años 20. En 1985 Teresa Saldarriaga dirige: Nelly, cuenta el drama de una mujer campesina que luego de llegar a Bogotá es obligada a ser prostituta. Y de la misma directora La noche que nos visitó Sonia (1987), es la tragedia de una mujer que luego de pasar una noche recordando a su padre, tras haber abierto un baúl con pinturas, es atacada por un hombre. Luego, visita a su mejor amiga y termina siendo cuestionada por un aparente coqueteo con su marido. En 1993 Bella Ventura filma el documental Hilos invisibles, la historia de una mujer que recuerda la muerte trágica de sus hijos. Patricia Cardoso realizó el corto El corredor de sueños (1989) sobre una muchacha que se enamora de Octavio Paz. Y posteriormente en 2002 filmó Las mujeres de verdad tienen curvas, un guión imponente sobre una adolescente chicana que debe adaptarse o rebelarse a las condiciones que le impone su familia, su cultura y la sociedad. Y aunque no necesariamente estas películas sean memoria de las otras violencias que azotaron el país, si es un ejercicio único que permite ver el universo femenino ya que angustias, recuerdos, sueños y vivencias son contados por cada protagonista.
El actual cine de género aporta a la
historia nacional una realidad que debe superarse. Sin personajes como María,
Rosario, Alicia, Karen, Marina y Ana Elisa, no se entendería la situación real
de las víctimas que buscan reconocimiento como primer paso para la inclusión,
la igualdad, la apreciación y la justicia.
María llena eres de gracia, Joshua Marston, 2004 Fuente: www.proimagenescolombia.com |
[1] Kantaris, Geoffrey. El cine urbano y la tercera violencia colombiana Revista Iberoamericana, Vol. LXXIV, Núm. 223, Abril-Junio 2008, 455-470. por el profesor GEOFFREY KANTARIS de University of Cambridge disponible en y recuperado el 28 de enero de 2014:
No había visto una radiografía del cine colombiano enlazado a la situación social y la discriminación de género. Excelente viaje que nos muestra el largo camino por andar, con la esperanza que al cambiar y reconocer el papel de la mujer, estamos contribuyendo a superar la desigualdad y minimizar el sufrimiento de las mujeres y por ende de la humanidad.
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